“Reasonableness and Effectiveness in  Argumentative Discourse” de Frans H. van Eemeren.

Reseña

Fernando Leal Carretero

ferlec@hotmail.com

Universidad de Guadalajara

Departamento de Estudios en Educación

Guadalajara, México

Leal Carretero, F. (2016). Reseña de “Reasonableness and Effectiveness in Argumentation Discourse” de Frans H. van Eemeren.

Quadripartita Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 1(1), 157-164. ISSN: 2448-6485

[157]

Eemeren, Frans H. Van (2015).

Reasonableness and Effectiveness

in Argumentative Discourse:

Fifty Contributions to the Development

of Pragma-Dialectics.

Cham (CH): Springer

(Argumentation Library, 27),

880 pp.

Es en la década de 1970 cuando se ponen en marcha los estudios modernos sobre la argumentación. Tras los escritos pioneros de Beardsley (1950), Naess (1953), Crawsahy-Williams (1957), Perelman y Olbrechts-Tyteca (1958), Toulmin (1958), Johnstone (1959), Hastings (1965) y finalmente Hamblin (1970), los años 70 vieron nacer el estudio lógico-cognitivo de las falacias (Woods y Walton, 1972; Finocchiaro, 1974), la argumentación en la lengua (Anscombre y Ducrot, 1976), la lógica informal (Johnson y Blair, 1977) y la teoría de la argumentación (van Eemeren, Grootendorst y Kruiger, 1978; Gilbert, 1979). El resto es historia[1]. En efecto, los seis trabajos citados antes (de Woods y Walton, 1972, a Gilbert, 1979) constituyen el comienzo de otros tantos programas de investigación independientes, originales y poderosos que continúan hasta el presente[2]. Entre [158] ellos destaca el programa que desde 1982 se conoce como “pragma-dialéctica”; y digo que destaca por una razón fundamental: es el único programa de investigación dentro de los estudios argumentales que ha conseguido crear una teoría en el sentido que esta palabra tiene en filosofía de la ciencia. El libro que reseño aquí constituye la mejor prueba de lo que eso significa.

¿Qué entiendo por una teoría? En realidad, nada del otro mundo. Una teoría es, dicho en el menor número de palabras posibles, una máquina analítica capaz de (1) desarrollarse inferencialmente de forma continuada, (2) generar hipótesis susceptibles de ponerse a prueba empíricamente, y (3) ser ampliamente aplicable a las complejidades del mundo real, en el caso que nos ocupa las complejidades de la realidad argumentativa humana[3]. A lo que yo al menos puedo ver, la pragma-dialéctica es el único ejemplo en los estudios sobre argumentación que llena estos requisitos.

No se me entienda mal: los estudios sobre argumentación están repletos de intentos diversos de teorizar, así como de lo que podríamos llamar pequeños modelos teóricos parciales relativos a tal o cual aspecto del fenómeno variopinto de la argumentación. Todo lo que digo es que no hay, con excepción de la pragma-dialéctica, una teoría de la argumentación como tal. Esto no es por lo demás algo raro en la academia, la investigación y la ciencia. Yo diría incluso que es el estado normal de las cosas. Por otro lado, tampoco se crea que tener una teoría significa necesariamente tener una teoría verdadera (sea esto lo que signifique, y sobre el tema también los filósofos disputan interminablemente). Lo que quiere decir es, reiterando lo señalado, que se tiene una máquina analítica con el potencial de aproximarse a la realidad mediante pasos sucesivos, partiendo en cada caso de un modelo muy simple (piénsese en los modelos de que partieron Galileo Galilei, Adam Smith o Charles Darwin). Semejante modelo, por simple que sea, tiene todo para crecer e irse haciendo cada vez más complejo con el fin de ir cubriendo áreas cada vez más extensas de los fenómenos que aspira a capturar.

Es en ese sentido que la pragma-dialéctica es una teoría y, en mi opinión, la única de que disponemos en el campo relativamente joven (ya dije que arrancó apenas en la década de 1970, por lo que no llega todavía al medio siglo) de los estudios sobre argumentación. Con todo, este hecho —que la pragma-dialéctica es una teoría de la argumentación y por cierto la única en existencia— ha resultado extrañamente difícil de percibir con claridad. La razón, creo, reside en la manera en que Frans van Eemeren y sus colaboradores han elegido hacerla pública. La forma visible, en efecto, que la pragma-dialéctica tiene es la de ocho libros, cuatro dedicados a la exposición teórica pura (1983, 1992, 2004, 2010), uno a métodos de análisis textual (1993), dos a la investigación empírica que siempre debe acompañar a la teoría (2007, 2009), y, [159] finalmente, un libro de texto excelente pensado para principiantes (2002)[4].

Un lector ideal y asiduo de estos libros podrá sin duda “leer entre líneas” y ver así en ellos no otra cosa que “informes de investigación” que van reportando los progresos de un programa de investigación consistente y bien organizado. Pero esto será raro: los lectores andan ordinariamente de prisa, y la literatura sobre argumentación ha ido creciendo tanto desde los años 70 que no podemos esperar que con tanto árbol todo mundo vea el bosque. Puedo hacer aquí una confesión personal: yo mismo no veía el bosque por tanto árbol hasta que tuve la buena fortuna de escuchar el seminario que van Eemeren generosamente ofreció en la Universidad de Guadalajara en mayo de 2012. Fue escuchando sus lúcidas presentaciones que finalmente entendí que la pragma-dialéctica no es un modelo teórico parcial más, junto a todos los otros que se ofrecen en el “mercado de las ideas” de los estudios sobre argumentación.

¿Qué es pues la pragma-dialéctica aparte de eso? El libro que se reseña aquí es verdaderamente único por cuanto por primera vez muestra las verdaderas dimensiones de un programa de investigación que, si bien se basa firmemente en un modelo simple, no se queda allí. Ese modelo simple tiene las características propias de una teoría: se puede desarrollar indefinidamente, se puede someter a prueba empírica y se puede aplicar a la realidad. A riesgo de cometer algún error, sugiero que el programa pragma-dialéctico de investigación ha pasado por tres fases, cada una de las cuales intenta responder a preguntas específicas[5].

La Fase 1 puede describirse como trabajo de construcción de la teoría pura a partir de principios. Esta fase comienza con 1983 y termina con 2010. Cuando digo que termina, no quiero decir que la teorización haya cesado, ya que ella continúa bajo una forma diferente como parte de la Fase 3, llamada “argumentación en contexto” (véase más abajo).

La primera pregunta que surgió en la Fase 1 fue la de hasta dónde podemos llegar si asumimos que los argumentadores quieren ser razonables y punto; es decir, que no buscan ninguna otra cosa al argumentar excepto esto mismo: ser razonables. Naturalmente la experiencia nos enseña que los argumentadores persiguen muchos fines y que ser razonable es solamente uno de ellos. Sin embargo, si asumimos que el fin primordial de la argumentación es ayudar a resolver nuestros diferendos mediante razones, entonces lo que necesitamos teóricamente es un modelo de razonabilidad. El problema teórico es, más precisamente, el de configurar un modelo capaz de resolver esa tarea[6]. Aquí nos encontramos obviamente en un nivel muy abstracto, teórico, alejadísimo de la realidad. El modelo de razonabilidad es justo como los primeros modelos simples que se propusieron en el amanecer de la física moderna. Piénsese en el modelo de Galileo de los cuerpos en caída libre. Ningún cuerpo real cae jamás libremente en condiciones terrestres ordinarias, sino que siempre hay una fricción mayor o menor del cuerpo contra un medio dado (aire, agua, lo que sea). La caída libre es caída sin fricción, algo que no encontramos en la vida real sobre la tierra. Invito al lector a que imagine el argumentar razonablemente como un argumentar sin fricción; y que el medio que altera la marcha de una discusión razonable está hecho de emociones, hábitos, agendas ocultas, y otras [160] cosas por el estilo. Luego, si idealizamos y abstraemos de todas esas cosas, lo que obtenemos es un modelo simple de la argumentación, que es justo lo que ha venido a llamarse la pragma-dialéctica estándar. Con la publicación de 2004 podemos considerar que esta primera pregunta ha quedado respondida. Para propósitos que se aclararán enseguida, me gustaría enfatizar uno solo de los componentes de este modelo estándar, la distinción de cuatro etapas en el proceso de argumentación: la confrontación (los argumentadores reconocen que tienen una diferencia de opinión), la apertura (deciden que quieren resolverla ordenadamente), la argumentación stricto sensu (piden y dan razones) y la conclusión (resuelven la diferencia de opinión). Incluso un enfoque tan diferente de la pragma-dialéctica como es el de Michael Gilbert reconoce la importancia de esta distinción (véase Gilbert, 2014).

Es innegable que los argumentadores tienen en gran estima el ideal de razonabilidad, pero este no lo es todo en la vida. ¿Qué otra cosa desean? Tal es la segunda pregunta de la Fase 1. Y la respuesta es: los argumentadores quieren lograr algo, quieren ser efectivos en el mundo real, quieren tener impacto, cambiar las cosas. La experiencia, sin embargo, les enseña que ser efectivos, no siempre pero muchas veces, se opone a ser razonables. Quien escucha no escucha (solamente) razones. El tono, por ejemplo, en que se comunican las razones, las palabras elegidas para expresarlas, así como las que evitamos cuidadosamente utilizar, la secuencia en que vamos ensartando las palabras elegidas, los temas, problemas o aspectos que enfatizamos y los que ofuscamos, todas estas cosas son vitales para lograr resultados en el mundo. Y es aquí donde los hallazgos de la retórica, tanto clásica como moderna, entran en escena. Tono, elección de vocabulario, etc., son en efecto el corazón de la inventio, la dispositio, la elocutio, la memoria y la actio, de los warrants, backings, qualifiers y rebuttals, de la argumentación cuasi-lógica y otros ítems semejantes. Comprender que un argumentador tiene por fuerza que “maniobrar estratégicamente” entre el ideal de razonabilidad y los recovecos de la efectividad en tiempo real es lo que complica el modelo simple del que partimos, lo que nos acerca a la práctica de la argumentación, lo que nos da, en suma, el modelo extendido de la pragma-dialéctica (véase especialmente 2010).

La Fase 2 transita de lo puramente teórico (y normativo) a lo empírico (y mayormente descriptivo). Aquí se suscitan principalmente dos preguntas también: (a) ¿cómo analizar cualitativamente el lenguaje argumentativo, identificando en particular los indicadores verbales que las partes de una discusión utilizan para señalizar que se encuentran en tal o cual etapa o subetapa de la argumentación?; (b) ¿cómo demostrar factualmente que el modelo de razonabilidad no tiene solamente la capacidad de resolver el problema de pasar del desacuerdo al acuerdo mediante razones, sino que los argumentadores mismos reconocen entre ellos que es capaz de hacerlo (en la jerga de los estudios sobre argumentación, que tiene validez intersubjetiva además de validez objetiva por cuanto capaz realmente de resolver el problema del desacuerdo)?. Si bien hay varios artículos que se ocupan de estas dos preguntas, podemos considerar que 2007 y 2009 constituyen sendos informes completos de cada una[7]. Sin embargo, esos libros no agotan el material explorado en pragma-dialéctica, como lo muestran claramente los capítulos 31 y 36 del libro reseñado, así como toda la Parte IX, que comprende los capítulos 39 a 44.

Ya desde sus inicios, el programa pragma-dialéctico de investigación fue el blanco de ataques en el sentido de su falta de realismo. La incorporación de consideraciones retóricas a la teoría durante la década de 2000, y los ejemplos concretos de argumentación que se analizaron entonces, contribuyeron a tranquilizar a los acusadores; pero pienso que es solamente con la Fase 3 que la pragma-dialéctica, con un andamiaje teórico-normativo y descriptivo-empírico firmemente armado y dispuesto, ha [161] alcanzado el Santo Grial de la aplicación. Con razón se llama a esta fase “argumentación en contexto”. En lugar de apelar vagamente a las complejidades de la realidad argumentativa (como en su momento hicieron Perelman y Toulmin, pero también los lógicos informales y los defensores del pensamiento crítico) y en lugar de tratar de aproximarse a esa realidad con ayuda de artificiosos constructos teóricos (como los “diálogos” de Douglas Walton), la Escuela de Ámsterdam ha lanzado un programa de investigación sumamente serio que va en pos de las peculiaridades concretas y las convenciones orientadas a fines específicos que se han institucionalizado socialmente a fin de organizar la argumentación en las diferentes esferas de nuestro mundo moderno. Hasta ahora, los pragma-dialécticos han explorado cuatro grandes campos argumentativos —la política, el sector salud, el derecho y los medios masivos de comunicación— y han iniciado la exploración de un quinto: la vida académica. La abundancia de detalle empírico y los nuevos aportes teóricos que se han obtenido tendrán un impacto creciente en los estudios sobre argumentación. Muchas de las investigaciones primeras han tenido lugar en el marco de disertaciones de posgrado, pero la suma de resultados ha llevado a fundar una nueva revista (Journal of Argumentation in Context) y una nueva colección de libros (Argumentation in Context), publicados en la editorial John Benjamins, los cuales son un complemento estupendo a los medios más tradicionales, a saber la revista Argumentation y la colección Argumentation Library en la editorial Springer, durante mucho tiempo señeras tanto para los estudios de argumentación en general como para la pragma-dialéctica en particular. En el libro reseñado aquí deben consultarse en este sentido especialmente los capítulos 45 a 50, que constituyen la parte X del mismo.

Ahora bien, si la primera pregunta de la Fase 3 trataba de los muy diversos modos en que la argumentación se deposita en arreglos institucionales con fines diferentes, pero todos importantes para nuestras sociedades modernas, la segunda pregunta es la de si, y cómo, nosotros los usuarios de la argumentación —en nuestros diferentes roles como electores, partes en un juicio, médicos o pacientes, consumidores, ciudadanos, alumnos o maestros— podemos mejorar nuestra participación en estos procesos, de qué forma podemos hacernos mejores argumentadores, sea en el rol de “protagonistas” o de “antagonistas”, para utilizar los términos bien conocidos de la pragma-dialéctica estándar. Esta pregunta eminentemente práctica fue planteada muy pronto en esta tradición, en un artículo sobre la escritura de textos argumentativos (1989), y luego se tematizó en los dos últimos capítulos del libro de texto (2002). En el libro reseñado se toca el asunto en los capítulos 37 y 38. Pero es ahora, en la Fase 3, en la que creo que tarde o temprano se deberán convertir estos esfuerzos tempranos en un tratamiento más sistemático, como parte del nuevo campo de la argumentación en contexto. En vista de los enormes problemas que tenemos en nuestros países en este sentido, esperamos ver muy pronto contribuciones en este sentido hechas por otros y en la medida de nuestras fuerzas contribuir nosotros también[8].

Para concluir esta reseña, sólo me queda enfatizar que no hay otro libro como este en que los académicos y público interesado puedan apreciar mejor la enorme riqueza del programa pragma-dialéctico en todas sus diferentes fases y facetas[9]. Quizá [162] la única cosa que yo personalmente echo de menos en este libro es la lista de las fuentes originales en que se publicaron los textos que ahora se presentan como cincuenta capítulos organizados en diez partes. A pesar de que, con un poco de paciencia, puede el lector averiguar todo esto gracias al internet, sería muy cómodo contar con una lista así, de forma que el registro histórico sea claro. De esa forma podremos los lectores admirar la impresionante perseverancia que subyace al trabajo de van Eemeren y sus colaboradores. A todos ellos les debemos mucho más de lo que nos habíamos podido dar cuenta antes de esta extraordinaria publicación.


[163]

Referencias bibliográficas

Beardsley, M. C. (1950). Practical logic. Nueva York: Prentice-Hall.

Crawshay-Williams, R. (1957). Methods and criteria of reasoning: An inquiry into the structure of controversy. Londres: Routledge & Kegan Paul.

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Eemeren, F. H. van y R. Grootendorst (1984). Speech acts in argumentative discussions: A theoretical model for the analysis of discussions directed towards solving conflicts of opinion. Berlín: de Gruyter.

Eemeren, F. H. van y R. Grootendorst (1989). “Writing argumentative texts. From analysis to presentation: A pragma-dialectical approach”. En B. E. Gronbeck (Ed.), Spheres of argument: Proceedings of the 6th SCA/AFA conference on argumentation (pp. 324-330). Annandale (VA): Speech Communication Association.

Eemeren, F. H. van y R. Grootendorst (1992). Argumentation, communication, and fallacies: A pragma-dialectical perspective. Hillsdale, NJ: Lawrence Erlbaum.

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Eemeren, F. H. van, B. J. Garssen, T. van Haaften, E. C. W. Krabbe, A. F. Snoeck Henkemans y J. H. M. Wagemans (2014). Handbook of argumentation theory: An overview of classical and neo-classical perspectives on argumentation and modern theoretical approaches to argumentative discourse. Dordrecht: Springer.

Eemeren, F. H. van, R. Grootendorst y T. Kruiger (1978, 1981). Argumentatietheorie [Teoría de la argumentación]. (1ª y 2ª edición). Utrecht: Het Spectrum.

Eemeren, F. H. van, R. Grootendorst, A. F. Snoeck Henkemans, con J. A. Blair, R.H. Johnson, E.C.W. Krabbe, C. Plantin, D.N. Walton, C.A. Willard, J. Woods y D. Zarefsky (1996). Fundamentals of argumentation theory: Handbook of historical backgrounds and contemporary developments. Mahwah (NJ): Lawrence Erlbaum.

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Hamblin, Ch. C. (1970). Fallacies. Londres: Methuen

Hastings, A. (1962). A reformulation of the modes of reasoning in argumentation. Disertación doctoral, Northwestern University.

Johnson, R. y A. C. Blair (1977). Logical self-defense.

Johnstone, H. W., Jr. (1959). Philosophy and argument. University Park: The Pennsylvania State University Press.

[164] Kennedy, G. A. (1963). The art of persuasion in Greece. Princeton: University Press.

Kennedy, G. A. (1972). The art of rhetoric in the Roman world 300 A.C.–A.D. 300. Princeton: University Press.

Kennedy, G. A. (1983). Greek rhetoric under Christian emperors. Princeton: University Press.

Leal Carretero, F. (ed.) (2015). Argumentación y pragma-dialéctica: Estudios en honor a Frans van Eemeren. Guadalajara: Editorial Universitaria. 

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Perelman, Ch. y L. Olbrechts-Tyteca (1958). Traité de l’argumentation: La nouvelle rhétorique. París: Presses Universitaires de France.

Toulmin, S. C. (1958). The uses of argument. Cambridge: University Press.

Woods, J. (2006). “Pragma-dialectics: A retrospective”. En P. Houtlosser y A. van Rees (eds.), Considering pragma-dialectics: A Festschrift for Frans H. van Eemeren on the occasion of his 60th birthday (pp. 301-312). New York & London: Routledge.

Woods, J. y D. Walton (1975). Petitio principii. Synthese, 31, 107-127.



[1] Dicho sea de paso, es parte oblicua de esta historia el renacimiento de los estudios de la retórica clásica, del que son representativos los trabajos de George Kennedy durante los 1950, culminando en el primer tomo de su historia de la retórica (1963), centrado en Grecia, el cual sería seguido por otros dos (1972, 1983), dedicados a la roma pagana y cristiana respectivamente.

[2] En el caso de Woods y Walton incluso se observa un cisma: trabajan juntos desde 1972 hasta 1982, y luego cada quien desarrolla un programa de investigación independiente. Para más detalles pueden consultarse sus respectivas páginas (http://www.dougwalton.ca, http://www. johnwoods.ca). Sin hablar de algo tan dramático como un cisma, puede decirse que Johnson y Blair unieron esfuerzos en el libro fundador Logical self-defense de 1977, pero luego han seguido rutas diferentes, como por lo demás es el caso de todos los investigadores (en su mayoría canadienses) etiquetables como lógicos informales (para una visión actualizada de conjunto sobre este campo, véase van Eemeren et al., 2014: cap. 7). Por cierto, en la lista de trabajos fundadores de lógica informal no incluyo, como se hace a menudo, el libro Reasoning (1976) de Michael Scriven, por la sencilla razón de que su autor no continuó investigando en el campo. Finalmente, no incluyo tampoco la tradición conocida como “pensamiento crítico”, que hunde sus raíces en la vieja tradición anglosajona de los debates, pero parte de Beardsley (1950) en un esfuerzo por preparar a los adolescentes para enfrentar a los medios masivos de comunicación. Se trata, en efecto, de actividades de docencia, para las que la investigación o no juega ningún papel (son libros de texto que se reproducen uno al otro con pequeñas variantes) o el papel pequeño que juega se limita a tomar los resultados de los programas de investigación establecidos, principalmente de la lógica informal.

[3] Esta versión corta es realmente muy corta; y es claro que los filósofos de la ciencia, conversando unos con otros, suelen requerir y exigir muchas más páginas, en las cuales podemos encontrar además discusiones interminables sobre mil cuestiones de detalle. El lector curioso que quisiere una versión algo más extensa que la presente, pero sin tanto detalle escabroso como el que caracteriza a las discusiones en filosofía de la ciencia, podrá consultar Leal (2013).

[4] Para ahorrar espacio y no repetir cada vez la lista de coautores de estos libros pondré las fechas de publicación en negritas cursivas para referirme a las publicaciones relevantes de la llamada Escuela de Ámsterdam. Advierto que sólo hago referencia aquí a las publicaciones internacionales en inglés; hay otras varias en holandés, algunas de las cuales precedieron en el tiempo a aquellas. Vuelvo sobre el tema de las publicaciones holandesas en las notas 7 y 8.

[5] Van Eemeren publicará pronto un nuevo libro, con el título The making of pragma-dialectics, el cual contendrá su versión detallada de la historia de su ya casi cuadragenario programa de investigación. Una versión provisional y breve fue escrita especialmente para un libro reciente (Leal, 2015: cap. 1), la cual aparece también en el libro reseñado como capítulo 7.

[6] Es muy frecuente malentender la pragma-dialéctica estándar (ver más adelante) alegando que ningún ser humano discute de acuerdo con este modelo. Es claro que no: por eso es que es un modelo. Todos los modelos postulan algo que no se da de la manera que se modela: por eso es que los llamamos modelos. Con todo, un teórico tan sagaz como John Woods (2006) comete precisamente este error elemental.

[7] Conviene quizás hacer hincapié en que hay una tercera pregunta que sólo puede resolverse mediante investigación empírica, a saber, la que concierne a la historia de los estudios sobre argumentación, tanto la clásica como la moderna. Es una constante del programa pragma-dialéctico el ocuparse de esta pregunta, comenzando con 1978 y 1981 todavía en holandés, continuando con 1996 ya en inglés y culminando en 2014. En 2010 debe consultarse el cap. 3 y en el libro que se reseña aquí el cap. 32.

[8] Creo ser un poco culpable arriba de distorsionar algo la imagen general de la historia de la pragma-dialéctica, debido al hecho de que ciertas cosas se publicaron en holandés antes que en inglés. En correspondencia personal, van Eemeren me comenta que él y Rob Grootendorst ya desde comienzos de la década de 1980 habían dirigido su atención hacia la aplicación de la teoría de la argumentación a la mejora de las capacidades argumentativas, de forma que el artículo de 1989 era más un resultado de esos esfuerzos tempranos que un inicio.

[9] Por mi parte, me di cuenta de la necesidad de una colección de artículos como esta inmediatamente después del seminario que ofreció van Eemeren en la Universidad de Guadalajara en mayo de 2012. De esa manera, le propuse hacer un libro en que se tradujese al español una muestra representativa del programa de investigación. Este proyecto se hizo realidad al cabo de poco más de dos años en forma de un libro homenaje que se encuentra ahora disponible para todos en forma de libro electrónico, tanto en la página de Amazon como en la de Google Play (Leal, 2015). La primera parte de este libro está constituida por diez artículos cuidadosamente seleccionados, traducidos y anotados. Uno de ellos (cap. 1 en Leal, 2015; cap. 7 en el libro reseñado) fue de hecho escrito especialmente para tal libro homenaje. Aprovecho la oportunidad para agradecer a Frans van Eemeren su generosidad a la hora de atender todas mis dudas, consultas y objeciones que surgieron en el proceso de traducción.